Claudia Herrera Beltrán
No había visitado la Estela de Luz, me provocaba cierta repulsión su historia de opacidad. El miércoles fui para ver de cerca a los jóvenes de #Yosoy132 y saber qué decían de los medios de comunicación. Los periodistas no podemos quedarnos impávidos ante una movilización de esta magnitud y engañarnos con que la crítica es sólo para el duopolio televisivo. Unos más, otros menos, pero todos hemos contribuido al modelo de comunicación imperante.
Me asomé a la base y observé una multitud de muchachos escribiendo en sus pancartas: “Apaga la tele, la revolución no será televisada”, “Arma de manipulación masiva”, “¿Cuánto te pagan por mentir y cuánto te cuesta decir la verdad?”. Otras tildaban de mentirosos a Joaquín López Dóriga y a Carlos Marín, dos veteranos del periodismo. Los dos me recuerdan a un amigo columnista muy famoso que confesó en el diván de su terapeuta haber descubierto su condición de institución del periodismo nacional, razón por la cual parece pontificar desde un pedestal.
Con cierto alivio corroboré en la Estela de Luz que no había ninguna pancarta contra La Jornada, donde soy reportera. Es más, escuché a cinco estudiantes de la Universidad Iberoamericana celebrar la portada del diario con los rostros de algunos de los 131 alumnos que, con ayuda de sus webcams, negaron ser porros y acarreados en las manifestaciones contra Enrique Peña Nieto y así encendieron la luz de esta movilización.
Paré la oreja y me di cuenta que esos mismos alumnos eran implacables con columnistas renombrados, a quienes insultaban y llamaban vendidos. Pero cuando escucharon: ¡Aristegui, Aristegui¡ se unieron al coro.
¿Qué me llevó a escudriñar en sus conversaciones y pancartas? Con #Yosoy132 ratifiqué mi idea de que los dueños de medios de comunicación, los periodistas y sus jefes nos bajamos de los pedestales o seremos derribados pronto. Exhibidos por esta irrupción juvenil, los magnates de la televisión Emilio Azcárraga y Ricardo Salinas Pliego, transmitirán el debate presidencial en los canales 2 y 13 cuando debería ser su obligación si hubiera leyes y un IFE fuertes.
En las redes sociales los universitarios se informaron, tomaron conciencia sobre cómo algunos medios manipularon información de las protestas anti Peña Nieto en la Ibero, además se organizaron y alzaron la voz. Lo hicieron en Twitter, Facebook, Youtube, herramientas descalificadas, desdeñadas o temidas por algunos en el gremio. Es natural que su inmediatez y oportunidad de anonimato susciten desconfianza, pero de fondo hay más desconocimiento.
"No va a pasar nada", "para qué me ilusiono", "sólo le pusieron color a las elecciones", "Peña Nieto va a ganar de todos modos", me han comentado varios colegas. Tienen razón, es posible que el 1 de julio, se ratifiquen los números de las encuestas –me gusta dudar y en eso se basa mi profesión-, pero sé que si pensamos así los periodistas nos negamos a ver que formamos parte de ese sistema tan vilipendiado por #Yosoy132.
Y aunque trabajemos en medios más cercanos a la sociedad, con estándares éticos y de calidad no podemos dejar de ser autocríticos. Es más nos toca ser más severos que otros, precisamente por estar en espacios de libertad que han vivido boicots publicitarios o libran fuertes batallas para permanecer. Yo nací y crecí como reportera en La Jornada.
Principios para un periodismo de calidad
Pensando en el periodismo como promotor de la democracia desempolvé el manual “Periodismo de calidad. Propuesta de indicadores” con prólogo del maestro colombiano Javier Darío Restrepo, una especie de ombudsman de la prensa latinoamericana.
Conocí a Restrepo y leí este texto gracias a la generosidad de La Jornada y de la Ibero. En esa universidad cursé la beca Prensa y Democracia (Prende), que me ayudó a sacudirme la modorra y salir de mi zona de confort periodístico.
En este libro se encuentra el argumento esgrimido por las manifestaciones #Yosoy132: la información de calidad es pre-requisito para una democracia de calidad. Y cita a Bill Kovach: “El propósito del periodismo consiste en proporcionar al ciudadano la información que necesita para ser libre y capaz de gobernarse a sí mismo”.
Por eso aconseja a los medios de comunicación tener un ojo crítico sobre su actuación y seguir ocho principios. No voy a mencionar todos, sólo abordaré con ejemplos algunos como: la investigación periodística, el derecho y acceso a la información, la equidad en la asignación de publicidad, así como los mecanismos de contrapeso a los medios.
Hace poco Andrés Manuel López Obrador elogiaba a algunos medios de comunicación, porque investigaban temas que servían de gasolina a su discurso e incluso a la campaña. En ese momento dije: tiene razón, cuánto falta indagar (el principio 3 consiste en promover la investigación periodística) y alejarnos de la declaracionitis. Luego pensé que los políticos suelen dar certificados de buena conducta cuando destapamos al adversario, pero no cuándo las luces apuntan hacia ellos.
Más que ceñirnos a una agenda elaborada al gusto de los políticos la prioridad deben ser los ciudadanos. Eso lo aprendí en el diario. No digo que eso implique tener medios puros, neutrales, porque eso no existe, todos tienen una línea editorial y pesados intereses políticos y empresariales, lo vemos en los grandes periódicos como The New York Times o El País.
En México el Estado y los partidos políticos suministran la mayor parte de la publicidad a los medios. Por eso hay políticos que son intocables en unos lados y en otros no, depende de dónde se abra la chequera. Esto tiene su origen en la falta de leyes que regulen la publicidad oficial (el principio 7 plantea la equidad en su asignación). Es un punto nodal atorado por los intereses de políticos y empresarios mediáticos que no le mueven, ¿para qué?, si la discrecionalidad es mejor.
Algunos dirán que cada vez hay menos lectores de periódicos y tienen razón. Pero, ¿cómo vamos a ganar audiencia si miramos poco a los ciudadanos? y hacerlo implica no sólo hacer nuestras sus agendas sino acercarnos a ellos a través de la tecnología que usan. ¿Por qué tanto desdén?, me pregunto.
“Tenemos que crear conciencia de que la primera lealtad del periodista está con el ciudadano. No ver a éste sólo como consumidor, sino reconocerlo como destinatario y sujeto del derecho de la información”, señala el principio número 8 del manual sobre periodismo de calidad.
Y eso implica incluirlos. Al día siguiente de la protesta en la Estela de Luz me desconcertó ver notas con las voces de Javier Sicilia y Paco Ignacio Taibo II –este último, por cierto, recibió rechiflas por tirar netas partidistas- o datos de las pancartas y de las consignas. Pero vi poco perfilados a los protagonistas. ¿Quiénes son con nombre y apellido? ¿qué estudian?, ¿qué música les gusta? ¿cuáles son sus historias que los llevaron a romper el silencio? Y eso significa dejar de reflejar a los de siempre y mostrar creativamente a actores que ocupan las primeras planas sólo cuando se hartan de ser invisibles.
¿Y qué tal la falta de solidaridad entre nosotros? Un puñado se manifiesta contra los asesinatos y agresiones a periodistas. Algunos en los estados mejor se organizan y se defienden solos, porque sus medios difícilmente sacan la cara por ellos. Ni en pagarles bien y mucho menos en darles garantías para su arriesgada labor. Hace poco supe de unos reporteros de Morelos que formaron brigadas de autoprotección. ¿Y los que vivimos menos expuestos en el Distrito Federal qué hacemos?
La ausencia de solidaridad comienza en las fuentes de información, donde peleamos por nada o aislamos al que se opone al maltrato y la cerrazón informativa. En el sexenio del presidente Felipe Calderón vi cómo los colegas de radio hacían su trabajo con cierto miedo de que sus jefes recibieran llamadas de Los Pinos (o sea, como en los tiempos del PRI). En esta lógica hubo compañeros que evitaron hacer preguntas incómodas acordadas en grupo y mejor formulaban alguna filtrada por Comunicación Social. Son principios de ética elemental que si se pasan por alto nos convierten en cínicos, esos que no caben en el periodismo, según Kapuscinski.
Otro punto polémico: los medios de comunicación casi no aceptan tener lupas encima. Pocos informan con claridad desde quiénes son los dueños o accionistas, sus verdaderos niveles de audiencia hasta cuánto reciben de publicidad por parte del Estado, dinero que proviene de los impuestos de los contribuyentes.
Muchos exigen transparencia, pero en casa todo está guardadito. Pocos tienen códigos de ética o manuales de estilo que generalmente son desconocidos por sus audiencias. La mayoría carece de ellos y todo se basa en reglas no escritas aprendidas por periodistas, editores, etcétera, por ensayo y error. Ni hablar de los ausentes defensores del lector u observatorios civiles (el principio 6 sugiere establecer mecanismos de contrapeso en los medios).
Hace unos días platicaba con David Brooks, gran corresponsal de La Jornada en Nueva York, sobre Open The Guardian Weekend, un festival que abre las puertas del periódico británico a cientos de lectores durante un fin de semana para que conozcan sus entrañas, asistan a conferencias donde tienen oportunidad de cuestionarlo y de disfrutar actividades culturales.
Como ésa emprenden otras iniciativas para que la sociedad se sienta parte del diario, además son vanguardia en internet. Sin ir lejos, El Faro de El Salvador hace periodismo digital de excelente factura. Regreso a The Guardian, cuya premisa, según su director Alan Rusbridger, consiste en que “los periodistas no son los únicos expertos en el mundo”.
Y como no somos los únicos expertos en el mundo, es más, somos los menos expertos en infinidad de temas, debemos bajarnos de los pedestales antes de que nos tiren. ¿O ya nos caímos y no nos dimos cuenta? Por eso #Yosoy132.
http://ciberpoliticos.com/?q=yosoy132nosobligabarnospedestal
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